"Tan impensable me parecía irme como quedarme" dice Elizabeth Gilbert en Eat, Pray and Love, cuando luego de un montón de circunstancias personales, se da cuenta que quiere todo menos estar donde esta. ¿Y qué hacer cuando ya no quieres estar allí (o aquí)? Solo queda partir, cuando quedarse ya no es una opción, cuando nada de lo que fue o de lo que pudo ser mejor, es. Surgen muchas dudas y miedos, sobre todo apegos. Mi casa, mi familia, mis amigos... mi... mi... mil cosas más. Pero, ¿hay algo qué realmente me pertenezca además de mi subjetividad? ¿Hay algo qué trascienda conmigo si es que dejo mi cuerpo mañana? Nada... solo lo que más amo, y amaré eternamente. Y vaya que el verdadero amor es desapegado, si no, no es amor.
Entonces, ¿qué estoy dejando, si mi subjetividad y mi amor desapegado siempre irán conmigo? Y aunque viva un miedo en todo su apogeo y este se desvanezca aunque sea un poco cada segundo, todos los demás que aún quedan, seguirán en la mochila invisible que encorva la espalda sin razón aparente. ¿Qué vale más entonces, seguir repitiendo el "mi... mi... mi..." o soltar un poquito de miedo? Y así, aligerar la carga para el diario: "¿y sí dejo mi cuerpo mañana?".
Nada es seguro, y el sufrimiento es la consecuencia de ubicarnos en otro tiempo, futuro o pasado, sufrimiento (miedo) que paraliza. Pero ¿quién ha de saber lo qué pasará?, si probablemente el tiempo tenga cientos de posibilidades que permanecen de forma paralela en otras dimensiones y que dependen del libre albedrío. ¿Quién es adivino? Tal vez nadie sabe lo que pasará, pero mantenerse en un círculo haciendo la misma pregunta a diario no responde nada, así que, no puedo saber lo que pasará pero, voy a vivirlo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario