“Cuento De Las Arenas” de “Cuentos del Sufismo” por Guido Tavani.
“Un caudaloso río comenzó a correr desde sus orígenes en las lejanas
montañas y tal era su ímpetu que lograba sortear en su curso toda suerte de
obstáculos, sinuosos caminos, elevaciones, vados, hasta que finalmente se topó
con las quemantes arenas del desierto. Y seguro de poder atravesar ahora el
último obstáculo que se le alzaba, vacilo un instante antes de arrojar sus
aguas pues, advirtió inmediatamente que si lo hacía, su impetuoso curso se secaría
tan pronto como se posara sobre aquellas sedientas arenas. Así, fiel a su
naturaleza, aun sabiendo que estaba destinado a cruzarlas, luego de haber
estimado los riesgos, el rio advirtió que no había forma de hacerlo sin
desaparecer para siempre. Y mientras éste meditaba profundamente, una voz que
provino del fondo mismo del desierto le dijo:
-¡El viento atraviesa el desierto, y así puede hacerlo el río!
A lo cual responde:
-No lo creo. El viento es capaz de volar y por ello puede surcar el
desierto. Yo, en cambio, puedo correr solo en lo bajo, y si me arrojo, mi curso
quedará sepultado para siempre en la arena. -Si pretendes arrojarte con
violencia no lograrás cruzarlo, -dijo la voz del desierto.- Te convertirás en
un pantano o sencillamente desparecerás. Debes permitir que el viento te
conduzca a tu destino final.
- En ese caso, será el viento quien me absorba, -dijo el río. – Así mi
materia y mi alma desaparecerán, y una vez perdida, ¿Cómo podré recuperarla?
- El viento hará primero que la
pierdas y que luego la recuperes, y así elevando tus vapores por sobre las
ardientes arenas, te transportara a través del desierto y cayendo luego como
lluvia recuperarás tu materia aunque nunca volverás a ser el río que eras.
- ¿Cómo puedo saber que es verdad lo que dices?
- Está escrito en la ley de las cosas. Y si acaso no lo crees y te
obstinas en quedarte allí, degradarás tu condición hasta convertirte en un pequeño
pantano y aún así te tomaría muchos años. Y un pantano no puede compararse a la
majestuosidad de un río.
- Dime, sabia arena, ¿por qué no puedo regresar a ser el mismo río que
ahora soy?
- No es posible que permanezcas siendo el mismo río, -respondió la voz.
– Tu materia esencial será transportada por el viento y así se engendrará de ti
un nuevo río, tal como ocurrió en tus orígenes, cuando fuiste un delgado hilo
de agua, y luego un arroyo, y luego un lago, solo que lo has olvidado y ya no
sabes que parte tuya es la esencial.
Cuando termino de oír esto, el río permaneció en silencio, y luego, se
replegó sobre sí mismo en toda la extensión de su caudaloso curso para
entregarse a profundos pensamientos, medito, debatió, agito su memoria, y recordó
su origen. Así, evoco cada uno de los estados que había sido: el hilo de agua,
luego el manantial, luego el arroyo, luego la laguna, el lago y finalmente el
ancho río en el que se había transformado. Recordó cuando el viento lo asistió en
su débil nacimiento, también cuando el sol derretía las nieves de las cumbres y
asomados ya sus endebles brazos y dedos comenzaba aquel a deslizarse por las
escarpadas laderas ayudado a veces por el viento.
Así, el río, luego de aquella meditación, elevó sus vapores y se los
ofreció sin resistencia como se ofrece un amante, a los acogedores brazos del
viento quien, como entonces lo acunó en su regazo y lo condujo hacia lo alto y
a lo lejos dejándolo caer sobre la cumbre de una elevada montaña situada a
miles de kilómetros de allí. De ese modo, el río recuperó su origen y se dijo a
sí mismo:
“Ahora conozco la materia de la que estoy hecho”. Viento brisas, agua,
sol, vapor, montaña, todo está mezclado en mi lecho.
Cuando el impetuoso río, aún inexperto, se detuvo frente a las
ardientes arenas, temió perder su sustancia hasta que la sabia voz del desierto
lo instó a recuperar la memoria de todos sus estados anteriores.
Las arenas que estuvieron allí desde siempre han visto cientos de
pequeños ríos evaporarse sobre sus vastas extensiones y recuperarse luego bajo
la forma de lagos, arroyos o fusionarse con el mar. Y así acumularon la
sabiduría que luego le comunicaron al inexperto e impetuoso río pues, las
arenas siempre yacieron entre las aguas y las montañas.
Por eso se dice siempre que el camino por el cual el Río de la Vida
debe continuar su travesía sin detenerse, está escrito desde siempre en las
arenas.”
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